Mi foto
El vaso siempre medio lleno. Caótica e inestable. Una virtud por cada diez defectos.

sábado, 30 de octubre de 2010

Es noche de sábado.

Luces, cámara, acción. Comienza la noche, despiertas en hambre y tentación, vaso en la mano, labios sabor alcohol. Botellas de cerveza rodando por la carretera, amantes amándose en las esquinas, cigarros encendidos, humo tóxico, drogas, dos no-amantes no amándose en la misma esquina. Estrellas, oscuridad, música, descontrol. Esta vez sí, la última copa. Uno, dos, tres, cuatro, seis, ocho, ¿quince?

Unos nuevos ojos, azules o tal vez marrones, incluso puede que violetas. Contigo sí que sí, la última copa. Una, dos, tres, cuatro, novecientas veintitrés… adiós.
No, no era la última copa, ni de lejos que lo iba a ser. Las tres de la madrugada, sábado, es sábado noche.

Suena música otra vez, me resulta familiar pero no le presto importancia. Una limusina, vaya, menudos perros adinerados. No era de extrañar, a cada lado de esos perros, dos putas. Sí, definitivamente aun estando borracha sabes distinguir las putas de las no-putas. Ahora falta saber los amantes de los no-amantes, venga esquinas, mas esquinas, ¿no hay ni una sola rotonda? Y más esquinas, sucias, oscuras, muy oscuras, alguien lo encontrará erótico. El anfitrión de la fiesta está ahí, un pez gordo sin duda. Lentes oscuras, haciendo la oscuridad de esta sala aun más oscura, querrá sentirse ciego. Anillos de diamantes, oro, dentadura perfecta con incluso un diente también de oro. Se acerca con mirada repelente y dos vasos de mojito o lo que quiera que sea eso. Por dios, por no-dios, yo me marcho de aquí.

¿Cuántas copas llevo ya? Ah sí, novecientas veintitrés. No, espera, tanto alcohol no me cabe en el cuerpo, vah no recuerdo. Parece que las farolas tengan brazos y que las motos sean caballos, ahora todo se mueve, gira y gira. El chico de la copa novecientas veintitrés aparece y me sujeta con fuerza. Me voy, tengo que irme.

Taxi. A la calle de San Francisco por favor y no mire así que no soy tan extraña. El conductor de ese taxi me irrita, tiene cara de pingüino aplastado, no deja de mirar el reloj y mirarme a mi, arg, por no-dios llévame a la calle San Francisco.
Llegamos, al fin. Son veintidós con cincuenta y tres. En la cartera solo llevo un billete de cincuenta, un preservativo ¿Qué coño hace aquí esto? Y un billete de treinta. Le doy el billete de treinta y el preservativo, ya de paso para que lo use con alguna pingüina y deje de irritar tanto a las jovencitas.

Las cuatro y cinco de la madrugada. Irritantes conductores de taxis, irritante ventanilla que nunca se abre, irritante cinturón que nunca sabes como abrochar, irritante quien me ofrezca la última copa, que no lo será.

Pum, cartera al suelo. Se abre y se desparraman todas las moneditas por el suelo de la calle San Francisco. Caigo en la cuenta de que los billetes de treinta no existen. Genial. Le he dado mi dirección y un preservativo. Pero bueno si no ha reclamado el dinero es que no lo ha querido. Sin duda, cuando estoy borracha soy mas inteligente. ¿Pero que digo? No estoy borracha. Solo que los taxistas con cara de pingüino me irritan.

Patio número 45, tendré que buscar las llaves para entrar, ésto nunca se abre solo. La noche va mejorando, mancha de vodka color sin identificar en el vestido, sí, la noche mejora… Abro la puerta, tengo que apuntarme que la llave de mi casa es ésta, llevo media hora probando con las demás.
Entro, se aproxima el chico de los ojos marrones-violetas con una especie de ramo en la mano. Espero que no sea tan extremadamente rápido para todo. Me voy, he dicho que me voy. Cierro la puerta, le ha dado tiempo a entrar. Me voy, me voy ya.


Sígueme.

1 comentario: