¿Alguna vez has abierto los ojos debajo del agua?
Es como estar debajo de una cúpula transparente respirando el aire que entra por sus ventanales, e intentar observar algo durante más de dos segundos, es como mirar al sol durante una hora.
Allí abajo todo se nubla y se entremezcla con la luz que se filtra desde la superficie y con el color de los azulejos que se reflejan en cada gota de agua y en cada gota de lluvia camuflada.
Allí abajo los colores de tus mejillas se asemejan un poco más a los míos, se difuminan y se aclaran, y el latir de tu corazón se hace a cada instante más tranquilo y más firme. Pum, pum, pum, dentro de ti golpean mil tambores y novecientos noventa y nueve van a destiempo pero siguiendo el mismo compás. Debajo del agua tus pestañas parecen más largas y negras, que besan tal cual una mariposa tímida y mojada ya que tus labios no se atreven. Y parece mentira, porque bajo el agua son más apetecibles y carnosos, pero se esconden siempre que miras hacia otro lado.
Que debajo del agua todo es más fácil y más difícil al respirar. Siempre nos quedará aquella manta submarina como refugio y para uso de quien la necesite. Porque el agua como tú y como yo es libre y translúcida en el mar o transparente en el vaso, es adaptable y sincera porque no tiene vergüenza ni peros a la hora de moldearse según el recipiente que la acoja e intente abrazarla.
Debajo del agua, donde los abrazos saben mejor y las miradas, que ya no son tan miradas como quisiéramos, arrancan a cada parpadeo las ganas y el deseo.
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